Actualmente, la relación entre sociedad-naturaleza es un aspecto importante de debate en los diferentes escenarios políticos, académicos y cotidianos, entre otros, debido a las múltiples problemáticas resultantes hoy en día entre el ser humano y las interacciones que este desarrolló en el entorno. Este tema es objeto de estudio y análisis en las diversas relaciones políticas, económicas, sociales y culturales, y es abordado desde diversos enfoques y aproximaciones conceptuales.
El antagonismo de la relación naturaleza-sociedad, las tendencias que surgen a partir de esta y los nuevos enfoques que buscan integrar y asociar estos dos componentes fundamentales para el desarrollo social y la preservación del ambiente, serán el objeto de reflexión y descripción del presente documento
La relación naturaleza-sociedad y su evolución hacia el ambiente
La naturaleza ha sido objeto de uso, apropiación y explotación para el ser humano y para la sociedad y esto ha impactado de manera negativa en las condiciones de los recursos naturales necesarios para la vida. El abordaje de esta problemática se llevará a cabo mediante la revisión de los inicios y la evolución de la relación naturaleza-sociedad, así como la manera en que estos elementos determinaron una tendencia en el uso y manejo con la generación de impactos negativos que aún hoy no se han podido mitigar.
En este aparte se caracteriza la relación sociedad-naturaleza a partir de las diferentes interacciones históricas de este fenómeno en las que se reconocen el establecimiento de las comunidades sedentarias, el crecimiento de las zonas urbanas, la industrialización, la capitalización de la naturaleza y la globalización.
Desde el punto de vista de los procesos civilizatorios, en principio, la relación que existió entre el hombre y la naturaleza fue recíproca y de mutua transformación en las diversas culturas, representada en una concepción integradora (Martínez, 2001, p. 4) "y unificadora del contenedor y del contenido [que] en lugar de establecer jerarquías, instaura lazos de continuidad y reciprocidad entre lo viviente y lo inerte, como elementos conformadores de una cultura, donde todo se re-crea y se renueva (Grillo, 1993, p. 15)" (Flórez & Mosquera, 2013, p. 86). "Desde la aparición de la especie humana, el hombre está transformando la naturaleza (…) como cualquier otro viviente, el hombre toma recursos para asegurarse su supervivencia y devuelve la materia empleada" (Corte Constitucional, 2012, p. 28).
Dicha concepción refleja vínculos equivalentes en el que nadie, nadie es autosuficiente y en el que se logra la completitud por el concurso de todos (Rengifo, 1993, p. 168), constituyéndose en los derechos de un grupo humano, compuesto por la población de determinado lugar, una especie de perfecta comunidad, quienes son los sujetos activos o pasivos de los derechos humanos, específicamente de los llamados derechos de tercera generación que afectan toda una colectividad y que, por consiguiente, no deberían tener la definición de "tercera generación", en razón a que, es cuestionable su división en la medida que todos los derechos interactúan entre sí y son interdependientes. (Flórez & Mosquera, 2013, p. 86)
"Preponderantemente, las sociedades nómadas conformadas por tribus recolectoras y cazadoras dependían completamente de las dinámicas ambientales y por lo tanto sostenían una conexión directa entre el orden natural y su bienestar" (Flórez & Mosquera, 2013, p. 85). En la época primitiva el ser humano necesitó de la naturaleza para sobrevivir. Esta relación se caracterizó porque el hombre se proveía de ella mediante lo que cazaba y lo que recolectaba. La agricultura y el sedentarismo determinan características particulares en la interacción ser humano-naturaleza, la cual se orienta hacia la necesidad de proveer una mayor cantidad de alimentos y mejores condiciones de vida para las poblaciones crecientes, lo que incide en el cambio del uso del suelo, la afectación de la diversidad biológica en las plantas y los animales, el consumo de materias primas para la vivienda y la vestimenta.
Luego de la última era glacial y a partir de la revolución agrícola se inicia una nueva sociedad en la que se empieza a desarrollar la habilidad que el ser humano posee, para separar lo externo de lo interno y se genera la expansión del conocimiento. (Flórez & Mosquera, 2013, p. 85)
Varios autores, tales como Rengifo (1993), Ost (1996), Martínez (2001) y Mosquera & Flórez (2009), coinciden en que con la aparición de la agricultura, hace cien mil años, acontecieron grandes cambios: comenzó la domesticación de especies de animales silvestres, surgió la cría y la labranza. A las plantas útiles se les protege de la competencia (hierbas malas) y de los consumidores potenciales, se les brinda aguay nutrientes (fertilizantes), mientras que a los animales se les resguarda de los depredadores y se alimentan para lograr su crecimiento óptimo.
Según Nebel & Wrigth (1999), con los años la crianza selectiva modifica o mejora significativamente casi todas las especies domésticas de plantas y animales, haciendo que sean muy distintas de sus antepasados silvestres. Esta práctica agrícola requirió asentamientos poblacionales permanentes, la especialización y la división del trabajo, así como las posibilidades de un avance tecnológico que originó mejores herramientas, mejores moradas y mejores medios para transportar agua y materiales vitales; comenzó el intercambio con otras poblaciones y con esto se originó el comercio y la formación de las civilizaciones.
De lo anterior se deduce que, con la llegada de la agricultura y la ganadería, el hombre alcanzó una independencia y separación de la naturaleza. Se volvió necesario y apropiado convertir los sistemas naturales en agricultura, conquistar y explotar la naturaleza para sostener el crecimiento de las poblaciones, modificar los ecosistemas, identificar enemigos naturales (hierbas malas, insectos y depredadores) que interferirían con la producción agrícola; de otra parte, se explotaron otras especies, incluso hasta extinguirlas, solo por los beneficios para las poblaciones, sin asumir las consecuencias reales inmediatas (Nebel & Wrigth, 1999). De estas transformaciones da cuenta la antropología social y los estudios culturales, que al respecto "han estado involucrados en procesos de crítica auto-reflexiva, que han sido estimulados por ideas post-estructuralistas y postmodernistas" (Wade, 2011, p. 15).
A medida que las civilizaciones avanzaron, la relación sociedad-naturaleza sufrió modificaciones que pasaron de una visión sagrada propia del mundo antiguo [en la que, según Lobo (2004), lo eterno/lo espiritual se concibe en la naturaleza y se representa en dioses y semidioses que son reflejo de la naturaleza misma], para dar inicio a una visión antropocéntrica en el mundo greco-romano (en tanto lo espiritual se percibe fuera de la naturaleza y puede ser confinado dentro de templos sagrados), la cual se consolida en la Edad Media y la época industrial (ya que, de un lado, admite lo espiritual al interior del ser humano y, al mismo tiempo, lo faculta a usar y abusar de la naturaleza) y se transforma por último en una visión ambientalista de la relación ser humano-naturaleza (en la medida en que se advierte lo finito de los recursos naturales, la crisis planetaria y la necesidad de alimentar en el tiempo el papel simbólico/estético/funcional de las configuraciones espaciales producidas por el ser humano como un conjunto de signos cuyo significado es el espacio mismo).
Los procesos civilizatorios demandaron más del entorno, con las consecuentes modificaciones y las transformaciones de los sistemas naturales y sociales. Esto se evidencia en las sociedades esclavistas y feudales que se desarrollaron alrededor de la tierra, el poder del dominio y la propiedad sobre ella. Durante el período de las grandes civilizaciones e imperios estudiados desde el enfoque eurocéntrico, los recursos se aprovecharon sin límite y se acentuaron los intercambios comerciales. La esclavitud sobre los pueblos conquistados y la imposición de la cultura, fueron una constante para los períodos de conquista del mundo antiguo, propiciados por los pueblos babilónico, persa, griego y romano.
La Edad Media comparte con las culturas precristianas la consideración del ser humano como parte inseparable de su entorno natural; de otro modo, no existe la distinción entre sujeto-hombre y objeto-naturaleza. En el feudalismo, la naturaleza es objeto de su acción tecnológica sin dejar de verla y de sentirla, como el sujeto de su economía, de su derecho y de su religión. En este sentido, el hombre medieval logra restablecer un equilibrio con la naturaleza que la religión y la magia avalan. Se da una alternancia en la acción del hombre y del animal, del hombre y de la naturaleza en general, lo cual está en la base de las relaciones feudales con el medio natural, pero es asimétrica dado que las grandes calamidades y epidemias, como las catástrofes naturales, muestran la dependencia del hombre para con la naturaleza.
Las situaciones de emergencia son demasiado cotidianas para olvidarlas, arrasan las obras económicas laboriosamente conquistadas y solo la religión, en simbiosis con la superstición, puede explicarlas y aplacarlas. Es así como la mentalidad medieval subordinada a la razón sobrenatural, domina la práctica económica y social y su relación con la naturaleza, dejando en manos de Dios, el diablo o los astros, la solución (Barros, 1997).
En el siglo XVII se produce un giro significativo en el sentido de apropiación de la naturaleza por parte de la especia humana: la tierra y el universo en movimiento privan "(…) al hombre de su referencia estable y geocéntrica, que durante siglos había servido de anclaje sólido a la visión dominante del mundo". No obstante, contrario a lo supuesto (…) y retomando la teoría antropocentrista, no se podría hablar de antropocentrismo sino de mercado-centrismo, capital-centrismo (Hinkelammert, 2000), toda vez que, las dos instituciones anteriores, desplazan al hombre y se convierten en el centro de todo (…). (Flórez & Mosquera, 2013, pp. 86-87)
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